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El Susurro de Velo Carmesí


Amelia, una joven apasionada por los misterios sin resolver, viaja a la enigmática ciudad de Velo Carmesí, un lugar donde los secretos acechan y las respuestas nunca parecen estar al alcance de la mano. Lo que empieza como una exploración de sus intrigantes leyendas pronto se convierte en un juego de supervivencia cuando descubre que algunos misterios están protegidos por más que el simple olvido.

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Desde el momento en que los muros de la ciudad de Velo Carmesí se dibujaron en el horizonte, sentí una mezcla de anticipación y ansiedad que solo una ciudad cargada de enigmas podía provocar. Mi nombre es Amelia, y mi vida se había convertido en un rompecabezas en el que cada pieza era un misterio por resolver. Pero este lugar, con su sombra perpetua y su aire cargado de secretos, prometía ser la pieza más intrigante de todas.
Caminé por calles angostas donde el tiempo parecía detenerse. Las casas de ladrillo rojo se alineaban como soldados, con ventanas oscuras que me miraban de reojo, observándome como si llevara algo que no debiera tener. Las viejas leyendas contaban sobre desapariciones inexplicables y susurros nocturnos que llamaban a los incautos hacia el bosque. Pero para mí, nada de eso era más que un rumor hasta esa noche.
Me dirigía a un bar llamado "El Eclipse", un lugar donde los habitantes hablaban en susurros y los secretos se compartían a la luz de una vela. La atmósfera era densa, saturada de la tensión que precede a un acontecimiento inevitable. Allí encontré a Hugo, un hombre de ojos penetrantes y voz rasposa que había oído hablar de mí como la chica que resolvía misterios. "Cuidado con lo que buscas aquí, Amelia", advirtió mientras me ofrecía un trago de licor oscuro. Pero no era el tipo de advertencia que me asustara.

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Esa noche, los rumores se transformaron en realidades. Un estruendo retumbó desde el bosque que bordeaba la ciudad, un sonido profundo y gutural que me arrancó de mi estado de curiosidad y me arrojó a la incertidumbre. Hugo no tardó en mostrarme lo que se escondía detrás de la cortina de misterio: una carta antigua, amarillenta y escrita a mano, que contenía un mensaje que me heló la sangre.
"Cuando la luna roja ilumine el cielo, la verdad saldrá a la luz. Pero quien busque responder, perderá su camino."
Las calles se desvanecieron a mi alrededor mientras mi mente se llenaba de posibilidades, de caminos entrelazados y de una única verdad que se esfumaba en cada esquina. Salí al exterior, respirando el aire denso de Velo Carmesí. La luna ya había comenzado a teñirse de un rojo profundo, y el eco de los antiguos susurros volvió a llamarme.
El bosque era un monstruo que se retorcía bajo mis pies, con hojas que crujían como si quisieran hablar. Me adentré más, guiada por el instinto y por la carta. Lo que encontré fue un claro iluminado por la luna, y en el centro, un altar de piedra donde yacía una figura. No era humana, ni completamente monstruo. Sus ojos, rojos como la luna, se abrieron al verme, y en ese instante, supe que había desatado algo que no podría controlar.

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"No debiste venir", dijo con voz susurrante, una voz que era al mismo tiempo familiar y desconocida. No era Hugo. No era nadie de los que había conocido. Era el guardián de un secreto demasiado poderoso para que alguien como yo lo comprendiera.
Los susurros de la ciudad se intensificaron y la luna roja se tornó más brillante. Quise retroceder, pero algo en mí se resistía. La figura levantó una mano y el aire se llenó de un calor inesperado. "Has desvelado la verdad, Amelia. Pero cada verdad tiene un precio."
El viento arremetió en un huracán de voces y memorias, y caí de rodillas, sintiendo cómo las sombras que habían sido mi pasión se convertían en mis cadenas. La figura se desvaneció, y el bosque quedó en silencio, pero mi destino ya estaba sellado.
Regresé a la ciudad como un eco de mi antigua yo. Velo Carmesí nunca dejaría de susurrar, y yo nunca dejaría de escuchar. Pero en cada misterio que desvelaba, una parte de mí quedaba atrapada, como una mariposa en una telaraña que, paradójicamente, nunca deja de volar.

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