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Tomás siempre había sentido una conexión especial con el cielo. Desde pequeño, pasaba las noches en el campo, tumbado sobre la hierba, observando las estrellas parpadear como si le contaran secretos. Su pequeño pueblo, rodeado de montañas y alejado del ruido de la ciudad, ofrecía un espectáculo celestial que pocos podían apreciar. Sin embargo, a medida que crecía, el mundo real parecía interponerse entre él y su sueño de convertirse en astrónomo.

Una noche de verano, mientras el aire se impregnaba de un suave aroma a flores silvestres, Tomás decidió escapar de la rutina y caminar hacia su lugar favorito: un claro en el bosque que se extendía bajo un vasto manto de estrellas. Mientras se acomodaba en el suelo, sintió una ligera brisa que parecía invitarlo a contemplar el firmamento. Pero esta vez, algo era diferente. Una sensación de inquietud le envolvía, como si el cielo mismo le hablara.

De repente, una estrella fugaz surcó el cielo, dejando una estela de luz detrás. Tomás, asombrado, cerró los ojos y deseó con todas sus fuerzas poder comprender las maravillas del universo. Al abrirlos, no podía creer lo que veía: una figura etérea, una mujer con un vestido brillante que parecía tejido con estrellas, se encontraba frente a él.

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“Soy Lira, guardiana de las constelaciones”, dijo con una voz melodiosa. “He venido a guiarte en tu viaje hacia el conocimiento del cielo”.

Tomás, atónito, apenas podía articular palabras. “¿De verdad? ¿Puedo aprender sobre las estrellas?”

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“Cada estrella es un sueño, y cada constelación cuenta una historia. Ven, y te mostraré lo que el cielo tiene reservado para ti”.

Sin pensarlo dos veces, Tomás siguió a Lira, quien lo llevó a un rincón del bosque donde la luz de las estrellas se intensificaba. Allí, entre susurros del viento y el canto de los grillos, comenzaron su lección. Lira le enseñó sobre las constelaciones: cómo Orión cazaba a su presa, cómo la Osa Mayor guiaba a los navegantes, y cómo cada estrella tenía su propio viaje.

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“Pero no solo debes mirar el cielo”, le dijo Lira. “Debes sentirlo, comprender que el universo es parte de ti”.

Las noches siguientes se convirtieron en un ritual. Tomás regresaba al claro y Lira lo esperaba. Cada encuentro le revelaba más sobre la astronomía, pero también sobre sí mismo. A través de las historias de las estrellas, comenzó a enfrentar sus propios miedos: el temor al fracaso, la presión de sus amigos y la duda sobre su futuro. Aprendió que las estrellas no siempre brillan con claridad; a veces se ocultan tras nubes, pero eso no significa que dejen de existir.

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Una noche, mientras observaban a Venus brillar en el horizonte, Lira le hizo una pregunta. “¿Qué deseas hacer con este conocimiento, Tomás?”

“Quiero compartirlo con el mundo. Quiero mostrarles que el cielo está lleno de sueños, que todos podemos alcanzarlos si miramos hacia arriba”.

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Lira sonrió, su luz parpadeando con intensidad. “Entonces, es hora de que te enfrentes a la realidad. Las estrellas siempre estarán contigo, pero ahora debes encontrar tu camino”.

Al día siguiente, Tomás despertó con la sensación de que algo había cambiado. Se armó de valor y decidió inscribirse en un club de astronomía en su escuela. A pesar de los nervios, al llegar al primer encuentro, se sintió como si estuviera en casa. Compartir su pasión por las estrellas con otros lo llenó de una energía nueva.

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Los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses. Tomás se sumergió en libros de astronomía, asistió a charlas y organizó noches de observación en el pueblo. A cada paso, sentía la presencia de Lira en su corazón, recordándole que cada estrella era un sueño por cumplir.

Finalmente, una noche, bajo el mismo cielo estrellado que lo había inspirado, decidió compartir su viaje con todos. Convocó a sus amigos y familiares para una noche de observación. Con un telescopio prestado, comenzó a contar las historias de las constelaciones, relatando su propio viaje de descubrimiento y la influencia que Lira había tenido en su vida.

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El entusiasmo en los rostros de los presentes era palpable. Aquella noche, el cielo se llenó de risas y asombro, mientras Tomás se dio cuenta de que sus sueños no solo eran suyos. Había logrado compartir su pasión, encendiendo en otros el deseo de mirar hacia arriba.

A medida que las estrellas brillaban sobre Valle Escondido, Tomás comprendió que el cielo no solo era un refugio de sueños, sino también un lugar donde cada persona podía encontrar su propia luz. Y así, bajo el manto estrellado, su viaje apenas comenzaba.