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En el jardín de mis recuerdos, las rosas marchitas se erigen como testigos silentes de un amor que una vez floreció. Blancas y rojas, estas flores desgastadas cuentan la historia de un romance efímero pero intenso, marcado por la nostalgia y el paso del tiempo.

Las rosas blancas, símbolo de pureza y esperanza, son las primeras en abrir sus pétalos al alba. Evocan la inocencia de un amor que comenzó como un capullo lleno de promesas. Sin embargo, con el tiempo, estas rosas se marchitan y adquieren una tonalidad amarillenta, recordando de manera melancólica los momentos compartidos.

Por otro lado, las rosas rojas, intensas y apasionadas, hablan del fuego inmutable que ardió en nuestros corazones. Representan el deseo y la pasión que nos consumió sin remedio, dejando huellas imborrables en nuestras almas. Sin embargo, el carmesí se desvanece y las rosas rojas también se marchitan, mostrando en sus suaves pétalos la vulnerabilidad de un amor que se desgasta.

Las rosas marchitas, en su esencia, son un reflejo de lo efímero de la vida y de los amores que se desvanecen. Son una llamada de atención a valorar los momentos fugaces, pero intensos y significativos. Cada pétalo caído cuenta una historia, una experiencia vivida que no volverá a repetirse. Cada arruga en sus hojas simboliza el paso del tiempo y la fragilidad de nuestras relaciones más preciadas.

A veces, estas rosas marchitas nos recuerdan que todo en este mundo tiene un ciclo, y que debemos apreciar y valorar cada momento antes de que se desvanezca. Son un recordatorio de la impermanencia y la importancia de vivir plenamente mientras podemos.