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Raíces y Asfalto.
 
Escrito por
L. C.

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La muchacha del campo.


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Esta historia va dirigida a todos los amantes del romanticismo…
Todos los que soñamos con un lindo amor.
 
 

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Índice:
 

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1. El polvo delcamino………………..9
2. El caféde la abuela………………12
3. Primerasraíces…………………….17
4. Tormentasanunciadas………….20

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5. Rumores ydistancias…………...24
6. La fiestadel pueblo………………29
7. Ladespedida……………………….33
8. La ciudadque no sabe amar…..37

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9. Cartas bajola lluvia………………41
10. Elregreso…………………………..46
11. Entresurcos y planos………….51
12.Sembrandoel futuro…………….55

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Capítulo 1:
El polvo del camino.

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La tierra crujía bajo las suelas gastadas de Emilia mientras descendía del viejo ómnibus. El aire, espeso de calor y recuerdos, le revolvió el cabello con una caricia familiar. El pequeño pueblo parecía dormido, con sus casas de techos bajos, los gallos cantando a destiempo y el polvo flotando como un velo de bienvenida.
 
Habían pasado años desde que se fue a estudiar a la capital, pero nada, o casi nada,había cambiado. Excepto ella. Ahora cargaba con silencios, con títulos universitarios, con una vida de pasos apurados y semáforos. Volver no era rendirse, pensó. Era recordar quién era antes de perderse entre los edificios.

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Doña Carmen,su abuela, salió a recibirla con los brazos abiertos y una sonrisa vencida por los años.
 
—Mijita…—dijo, apretándola con fuerza—. Te me has puesto flaquita, ¿no te dan de comer en esa ciudad?

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Emilia rió con ternura, dejándose envolver por el aroma a albahaca y leña que la casa siempre había tenido. Ese era su lugar en el mundo, aunque lo hubiera olvidado.
 
—Estoy en casa, abuela —susurró, mientras cruzaba el umbral.

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Y así, con las maletas aún en la mano y el corazón temblando, Emilia volvió a echar raíces donde todo había comenzado: entre polvo, cielo abierto y café recién hecho.
 
 

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Capítulo 2:
El café de la abuela.
 
El air fresco de la tarde entraba por las ventanas abiertas mientras el aroma del café recién colado se mezclaba con el de pan casero. La cocina de doña Carmen tenía alma propia: fotos descoloridas, plantas en latas recicladas, y una calidez queni el mejor diseñador urbano podría imitar.
 
—¿Y este muchacho quién es? —preguntó Carmen, sentada en su silla mecedora, con la mirada clavada en el visitante.
 
—Dice que es arquitecto y que quiere hablar sobre un proyecto de esos que traen turistas amirar vacas —dijo Emilia, dejando una bandeja sobre la mesa con dos tazas humeantes.
 
León,todavía incómodo con el polvo en sus zapatos, se aclaró la garganta.
 
—Señora, mi nombre es León Ávila. Trabajo para una empresa que está evaluando desarrollar un complejo turístico sustentable en esta zona. Mi papel es estudiar el entorno, conversar con los propietarios y proponer un diseño que respete la cultura local.
 
Doña Carmen lo miró largo rato antes de responder.
 
—El campo no es un decorado, joven. Aquí se vive con la tierra, no sobre ella.
 
León asintió, sin intentar discutir. Sabía que en ese lugar, las palabras valían menos que los hechos.
 
Pero durante la charla, algo fue cambiando. Emilia lo escuchaba en silencio, analizando cada gesto. Y él, que había venido con la seguridad de quien lo ha estudiado todo,empezó a sentirse pequeño ante aquella mujer de pocas palabras y mirada luminosa.
 
Cuando cayó la noche, doña Carmen lo despidió con una advertencia suave:
 
—No todos los que vienen del asfalto saben caminar descalzos. Pero si usted quiere aprender, el campo tiene paciencia.
 
León sonrió,ya rendido ante el encanto de esa familia. Miró a Emilia antes de irse.
 
—¿Puedo volver mañana?
 
Ella lo pensó unos segundos antes de responder, con una sonrisa apenas dibujada:
 
—Eso depende si sus zapatos aguantan otro día de tierra.
 
 
 
 
 
 
Capítulo 3:
Primeras raíces.
 
Los días en el campo pasaban con un ritmo distinto, como si el tiempo se estirara entre el canto de los gallos y el susurro de las hojas. León, acostumbrado al concreto ya las reuniones por Zoom, comenzaba a descubrir que los silencios también hablaban.
 
Cada mañana salía con su libreta en mano, caminando entre los sembradíos, conversando con los lugareños, tomando apuntes sobre costumbres, materiales y formas de vida.Pero había algo más que lo inquietaba: Emilia.
 
Ella lo guiaba por los senderos, le traducía el lenguaje del campo, le enseñaba adiferenciar el canto de los pájaros y a caminar sin levantar polvo. Al principio, León la observaba con la distancia del forastero; luego, con la fascinación de quien encuentra belleza en lo inesperado.
 
No todo sepuede planear, arquitecto le dijo un día Emilia, deteniéndose junto a un roble centenario. Aquí, la tierra manda.
 
León la miró, con el sol de la mañana iluminándole el rostro, y sintió que algo en él también comenzaba a echar raíces. No sabía si era el aire limpio, la mirada firme de Emilia, o el calor que sentía al escuchar su risa.
 
Esa tarde,al volver a la casa de doña Carmen, escribió en su libreta:
“Quizás el proyecto más importante no sea construir un hotel, sino entender cómo no arruinar lo que ya está vivo.”
 
Emilia, sin saberlo, había comenzado a cambiar sus planos.
Capítulo 4:
Tormentas anunciadas.
 
El cielo se había vuelto gris desde temprano. Las nubes, pesadas como secretos, se acumulaban sobre los cerros, anunciando tormenta. Emilia lo sabía. Lo sentía en los huesos, como lo sentían los animales que buscaban refugio antes del primer trueno.
 
Hoy no es buen día para salir le dijo a León, al verlo acercarse con su mochila. El camino se pone traicionero cuando llueve.
 
No puedo quedarme quieto. Tengo que terminar de estudiar el terreno del este antes de enviar el informe respondió él, tercamente, con ese tono que usaba cuando algo lo angustiaba.
 
Emilia lo miró, cruzada de brazos.
 
A veces,correr no te lleva más lejos. Solo más cansado.
 
Pero León no escuchó. Se fue. Y cuando cayó la primera gota, ya estaba demasiado lejos para volver sin embarrarse hasta el alma.
 
La tormenta desató su furia poco después. Los truenos hicieron vibrar las ventanas, y la lluvia golpeó el tejado con rabia. Doña Carmen suspiró y miró a su nieta, que no dejaba de asomarse por la puerta.
 
Horas más tarde, apareció León. Empapado, con el rostro salpicado de barro y los ojos bajos. Traía los planos mojados y la vergüenza a cuestas.
 
Tenías razón admitió con voz baja. No debí irme.
 
Emilia lo miró en silencio, mientras le alcanzaba una toalla. No dijo nada. Pero en sus ojos había una mezcla de enojo, alivio y algo más difícil de nombrar: una preocupación que ya no era solo cortesía.
 
Esa noche,entre el silbido del viento y el crujido de la madera, León entendió que no era solo el clima lo que se desataba en ese lugar. También lo hacían los sentimientos.
 
 
 
 
 
Capítulo 5:
Rumores y distancias.
 
En los pueblos, las palabras viajan más rápido que el viento. Bastó que alguien viera a León saliendo temprano del terreno de los Duarte con Emilia a su lado para que las conjeturas se multiplicaran como maleza después de la lluvia.
 
Dicen que la nieta de doña Carmen anda encandilada con el arquitecto murmuró una vecina en la tienda.
 
-Dicen que él vino a comprar tierras, no a estudiarlas- añadió otra, entornando los ojos.
 
Los rumores,como el polvo, se colaban por rendijas invisibles. Emilia los notaba en las miradas al pasar, en los saludos más secos, en los comentarios que fingían ser bromas. Y aunque fingía indiferencia, algo en su pecho se encogía.
 
León también lo notó. Lo notó en la forma en que algunos vecinos dejaron de responder sus preguntas, en cómo ciertos caminos antes abiertos parecían ahora cerrados.
 
Una tarde,mientras caminaban en silencio junto al río, Emilia se detuvo.
 
—¿Por qué viniste realmente, León? —preguntó, sin rodeos.
 
Él respiróhondo. Miró el agua correr entre las piedras y respondió con honestidad.
 
—Al principio, vine por trabajo. Por un proyecto más. Pero ahora… ya no estoy seguro de qué es lo que busco.
 
Emilia lo observó largo rato. Quería creerle. Quería confiar. Pero en su mundo, la confianza se ganaba con hechos, no con palabras bonitas.
 
—Entonces demuéstramelo —dijo al fin—. No a mí. Al pueblo. A esta tierra.
 
León asintió. Sabía que, si quería sembrar algo real allí —un proyecto, un futuro,tal vez hasta amor—, primero debía desmalezar los prejuicios y las dudas.
 
Y eso solo se logra con paciencia, como todo lo que crece profundo.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Capítulo 6:
La fiesta del pueblo.
 
El aire olía a albahaca, empanadas y tierra mojada. Era el día de la fiesta patronal, y el pueblo entero se vestía de domingo: faroles de papel colgados entre los árboles, guirnaldas hechas a mano y mesas largas donde el pan y la chicha no escaseaban.
 
Emilia se había puesto un vestido azul con flores pequeñas. No era nuevo, pero tenía historia. Lo había usado en su primer baile, en su primera despedida, y ahora lo llevaba con el corazón algo revuelto. Sabía que lo vería ahí.
 
León llegó más tarde, con jeans limpios y una camisa clara. Se notaba incómodo, como si no supiera dónde pararse. Algunos lo miraban con desconfianza, otros con simple curiosidad. Pero cuando vio a Emilia, todo lo demás pareció desdibujarse.
 
—No sabía que el campo podía ser tan… festivo —dijo, acercándose con una sonrisa tímida.
 
—Y eso que todavía no empiezan los zapateos —respondió ella, conteniendo una sonrisa.
 
Cuando la música comenzó, un chamamé suave al principio, después más alegre, Emilia pensó que lo mejor era dejarse llevar. Así que lo invitó a bailar. Y León,sorprendido, aceptó.
 
Bailaron torpemente al principio, luego con soltura. Alrededor, las risas, los brindis y los aplausos llenaban el aire. Nadie dijo nada, pero muchos los miraban.Algunos con ternura. Otros con juicio. Pero en ese instante, a ellos no les importaba.
 
Bailaron como si la distancia entre dos mundos pudiera acortarse con un par de pasos bien dados.
 
Y por un rato, en medio del bullicio y bajo las luces colgadas, León y Emilia se sintieron parte de la misma melodía.
  
 
Capítulo 7:
La despedida.
 
La noticia llegó como suelen llegar las cosas que duelen: de golpe y sin aviso. León debía volver a la ciudad. El jefe del proyecto lo requería en una reunión urgente. El informe preliminar ya estaba enviado. Había cumplido su parte.
 
Emilia lo supo antes de que él hablara. Lo leyó en su mirada mientras compartían el último café en la galería de doña Carmen.
 
—¿Cuándo te vas? —preguntó, sin adornos.
 
—Mañana al amanecer.
 
El silencioentre ellos se volvió espeso. Los grillos cantaban afuera, indiferentes.Dentro, el corazón de Emilia palpitaba con una mezcla extraña de tristeza y orgullo.
 
—No vine esperando esto, Emilia —dijo él, en voz baja—. Y ahora me cuesta irme.
 
Ella bajó la mirada. Lo entendía. Pero no lo diría. No le pediría que se quedara. Eso no se hace en el campo. Aquí, quien quiere quedarse, simplemente se queda.
 
—Entonces vete —respondió con la serenidad aprendida—. Pero si alguna vez regresás, queno sea por trabajo.
 
León la miró largo rato, como si quisiera memorizarla. Y después, como un acto de impulso necesario, tomó su mano y la besó, suave, como una promesa que aún no sabía cómo cumplir.
 
Esa noche,Emilia no durmió. Y al amanecer, vio desde la ventana cómo el auto blanco se alejaba, levantando el mismo polvo que ella pisó al llegar.
 
Pero estavez, no era ella quien partía. Era él. Y eso, sin quererlo, dolía más.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Capítulo 8:
La ciudad que no sabe amar.
 
León volvió a la ciudad como quien despierta de un sueño tibio a una mañana de concreto.Las bocinas, los ascensores, el café en vaso desechable. Todo seguía igual.Excepto él.
 
En las reuniones, hablaba del proyecto con datos precisos, pero sin brillo. Presentaba planos y mapas, pero su voz no tenía la pasión de antes. Algo había quedado atrás, enterrado en la tierra húmeda del campo… o tal vez en los ojos de Emilia.
 
Las noches eran lo peor. Se sorprendía revisando las fotos del pueblo en su celular,buscando el sonido de los grillos en videos, recordando el aroma a pan casero,el café humeante, y la forma en que Emilia lo miraba cuando no hablaba.
 
Intentó seguir. Salió con colegas, visitó exposiciones, incluso retomó una relación olvidada. Pero nada encajaba. Todo le parecía demasiado pulido, demasiado rápido, demasiado vacío.
 
Una tarde,caminando por una calle repleta de edificios espejados, León se detuvo. Vio su reflejo: corbata al cuello, teléfono en mano, ojos apagados. La ciudad le devolvía su imagen como un reproche.
 
"La ciudad no sabe amar", pensó. O tal vez era él quien ya no sabía hacerlo en ese ritmo.
Entonces lo entendió: no extrañaba el campo. Extrañaba a Emilia. Su voz, su fuerza, su forma de caminar firme sobre la tierra.
 
Esa noche,sin decir nada a nadie, reservó un pasaje. El primer ómnibus que saliera alamanecer.
 
Porque aveces, para amar de verdad, hay que volver al lugar donde el corazón aprendió alatir distinto.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Capítulo 9:
Cartas bajo la lluvia.
 
Durante su ausencia, Emilia no habló de León. Ni con su abuela, ni con los vecinos, ni siquiera consigo misma. Pero cada noche, antes de dormir, abría una libreta donde escribía sin nombres, sin fechas, sin dirección. Solo palabras que se negaban acallarse.
 
“Hoy volvió a llover. Como la tarde en que insististe en salir.”
 
“A veces creo que me acostumbré a tu silencio. Pero después el viento me trae tu voz.”
 
“Si alguna vez regresás, que sea con barro en las botas y verdad en el pecho.”
 
Las hojas sellenaban de cartas que no pensaba enviar. Pero una tarde, cuando la tormenta caía mansa y constante sobre el techo, decidió salir. Caminó hasta el viejoroble, donde alguna vez León se detuvo a observar las raíces. Allí, en una cajade hojalata oxidada, dejó los papeles, envueltos en una bolsa, protegidos de lagua y del olvido.
 
—Si vuelve,sabrá dónde buscar —murmuró, como si la tierra pudiera escucharla.
 
León regresó esa misma noche.
 
El ómnibus lo dejó en la entrada del pueblo bajo la lluvia. Caminó con paso firme, el corazón golpeándole el pecho, sin saber si lo recibirían con reproches o conpuertas cerradas.
 
Pero antes de llegar a casa de doña Carmen, sus pies lo guiaron al roble.
 
No sabía porqué. Solo lo sintió.
 
Y allí, al pie del árbol, vio la caja. La abrió con manos temblorosas. Leyó las cartas bajo la lluvia. Cada palabra escrita como si le hablara directo al alma. Cada línea, una raíz tendida hacia él.
 
Emilia,desde su ventana, lo vio empapado, con los papeles entre las manos, y supo que no todo estaba perdido.
 
A veces, las palabras que nunca se dicen encuentran su camino.
 
Incluso si tienen que llover primero.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Capítulo 10:
El regreso.
 
El sol apenas asomaba cuando Emilia escuchó pasos en la galería. Salió con cautela,con el corazón latiendo rápido pero sin dejar que se le notara en el rostro. Y ahí estaba él.
 
León.Mojado, con ojeras, y aún sosteniendo una de las cartas entre los dedos.
 
—Volví—dijo, sin más adornos.
 
Emilia lo miró largo rato. No le pidió explicaciones. Solo lo observó, como si quisiera confirmar que era real, que no era un reflejo de la nostalgia.
 
—Te vi —dijo ella al fin—. Bajo el roble.
 
León bajó la mirada. No era fácil enfrentarse a las consecuencias del silencio.
 
—Leí todo. Y entendí más que nunca. Que esto —señaló el suelo, la casa, el aire—, estelugar, esta gente, vos… no son parte de un informe. Son parte de mí.
 
Doña Carmen,que miraba desde adentro, carraspeó fuerte y dijo:
 
—Si lo vas ahacer pasar, Emilia, que sea con mate en mano. Que la charla va pa’ largo.
 
Emilia sonrió apenas. Se hizo a un lado y dejó que León entrara.
 
Ese día,caminaron por el pueblo como si fuera la primera vez. Él saludaba con respeto,con humildad. Algunos le devolvían el gesto. Otros no. Pero no importaba. Loque importaba era que estaba ahí, sin promesas vacías, sin prisa.
 
Volver no era suficiente. Había que quedarse. Y demostrarlo con hechos pequeños: una mano extendida, una mirada honesta, una escucha atenta.
 
Y al caer la tarde, cuando el cielo se tiñó de naranja y los pájaros regresaban a sus nidos,Emilia le dijo:
 
—Ahora sípodés quedarte.
 
Y en esemomento, León supo que no tenía que construir nada para sentirse en casa.Porque el hogar, a veces, no es un lugar. Es una persona que te deja volver.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Capítulo 11:
Entre surcos y planos.
 
Los días siguientes al regreso de León no fueron de cuentos de hadas. Fueron de trabajo,de charlas largas, de silencios necesarios. Emilia y él sabían que el amor, si iba a florecer, debía ser sembrado como la tierra: con paciencia y compromiso.
 
León comenzó a colaborar con la comunidad, no como arquitecto, sino como vecino. Ayudó en la escuela del pueblo, compartió sus conocimientos con los jóvenes, y diseñó con ellos pequeños proyectos de mejora para la plaza, el mercado, el acceso al agua. Nada ambicioso. Todo útil.
 
—La tierra me enseñó que no todo lo que se dibuja en un plano puede vivirse igual —decía mientras señalaba con una rama sobre el suelo.
 
Emilia, por su parte, volvió a sonreír sin tener que pensarlo. Se dio cuenta de que no era solo él quien había cambiado: también ella había dejado de tenerle miedo al amor que crece despacio. Lo veía cada mañana cuando León le alcanzaba el mate,cuando compartían los surcos de la huerta, cuando él se tomaba el tiempo de aprender a distinguir un zapallo de una calabaza.
 
—Si vos te animás a ensuciarte las manos, yo puedo aprender a leer planos —bromeaba ella.
 
—Entonce sestamos parejos —contestaba él, limpiándose el sudor con la manga.
 
La abuela Carmen los observaba con su mirada sabia y tranquila.
 
—Van bien—decía—. Amor y tierra tienen lo mismo en común: si no se cuidan, se secan.
 
Y así, entre surcos y planos, entre trazos y raíces, Emilia y León construyeron algo que no necesitaba permiso ni aprobación.
 
Solo voluntad.
 
 
 
 
 
 
Capítulo 12:
Sembrando el futuro.
 
La primavera llegó con promesas florecidas. El campo, vestido de verde nuevo, parecía celebrar en silencio los pequeños triunfos cotidianos: el gallinero restaurado,la biblioteca comunal funcionando, los niños corriendo entre los árboles recién plantados.
 
León ya no miraba el horizonte como alguien que se quiere ir, sino como quien busca el mejor lugar para plantar algo duradero. Emilia, por su parte, caminaba más liviana. Como si cada paso no pesara tanto, ahora que sabía que no estaba sola.
 
El proyecto turístico se transformó. Dejó de ser una iniciativa empresarial para convertirse en una propuesta comunitaria. Con respeto, con voz de los vecinos,con raíces en la tierra.
 
Un día, bajo la sombra del roble donde comenzaron tantas cosas, León sacó un pequeño sobre del bolsillo. No era un anillo, ni una propuesta lujosa. Era un dibujo. El plano de una casa sencilla, con galería, jardín, y un banco de madera frente a la tardecer.
 
—No vine acambiarte la vida, Emilia. Vine a compartirla, si querés.
 
Ella tomó el plano, lo miró un segundo y luego lo dobló con cuidado.
 
—No necesito ver el diseño. Si es con vos, va a estar bien hecho.
 
La abuela Carmen, que nunca se metía en esas cosas, dijo al día siguiente:
 
—Ya era hora que alguno aflojara el orgullo. El amor no es para esconderlo como carta bajo la lluvia.
 
Y así, entre mates, ladrillos, semillas y muchas risas, comenzó una nueva etapa.
 
Porque cuando se siembra con amor, el futuro florece solo.
 
Y esta vez,no hubo despedidas.
 
Solo raíces,y asfalto… que aprendieron a convivir.
 
 
---
 
🌸 FIN 🌸