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El Arte De Engañar A
Quien Menos Imaginas
(Una Historia De Magia, Amistad Y Creer En Uno Mismo)
DarkGirl13

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Índice
Capítulo 1. Un plan inesperado
Capítulo 2. Los cinco del callejón verde
Capítulo 3. Magia de la nada

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Capítulo 4. El primer truco (y el primer desastre)
Capítulo 5. El maestro de las ilusiones
Capítulo 6. Engañar al escéptico
Capítulo 7. Una apuesta peligrosa

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Capítulo 8. Creer es ver
Capítulo 9. El gran espectáculo
Capítulo 10. El verdadero arte de engañar
Capítulo 11. Cuando la magia es real

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Epílogo. Siempre hubo magia en nosotros

Capítulo 1: Un plan inesperado
A veces, la vida entera puede cambiar en una sola tarde de aburrimiento. Eso fue exactamente lo que pasó con Hugo, Martina, Darío, Sofía y Leo... Era un sábado cualquiera en el pequeño pueblo de San Viento El cielo estaba cubierto de nubes flojas y el calor hacía que hasta las piedras quisieran dormir la siesta. Pero nuestros cinco amigos no eran precisamente buenos para quedarse quietos —¿Otra vez vamos a jugar cartas? —protestó Leo, tirándose en el césped —Ya nadie juega a eso —dijo Martina, mientras lanzaba una baraja al aire sin mucha esperanza. Sofía miraba su móvil, esperando una señal divina en forma de notificación. Hugo bostezaba. Darío arrancaba pedacitos de pasto sin mucho entusiasmo. Y entonces, como suele ocurrir en las mejores historias, una idea absurda cruzó el aire —¿Y si nos convertimos en magos? —sugirió Darío, medio en broma, medio porque no sabía qué otra cosa decir. Hubo un silencio breve. Tan breve como el tiempo que se tarda en pensar: “¿Y por qué no?” —Podríamos hacer trucos —dijo Sofía, animándose—. Ya sabes, juegos de manos... ¡Ilusionismo! —Podríamos engañar a quien menos se lo imagine —agregó Martina, con una sonrisa traviesa. —Podríamos... —empezó a decir Hugo, pero se detuvo. Algo había cambiado en el aire. Una emoción vibrante, un cosquilleo detrás de la nuca. Leo se incorporó de un salto —¡Podríamos ser los mejores! ¡Los más increíbles!. Nadie más quería volver a jugar cartas ese día. La magia ya había empezado.

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Capítulo 2: Los cinco del callejón verde
La base de operaciones que eligieron fue el viejo callejón verde, un lugar abandonado detrás de la biblioteca municipal. Nadie pasaba por allí, salvo ellos El callejón no era nada especial: paredes cubiertas de hiedra, un banco de madera destartalado, y una farola antigua que seguía encendida, como por arte de magia. Perfecto para conspiraciones mágicas —Este será nuestro cuartel general —decretó Martina, siempre la más decidida. Darío sacó una libreta arrugada de su mochila —Primero: necesitamos un nombre. Los grandes magos tienen nombres geniales —¿Tipo qué? —preguntó Sofía —Tipo... "Los Ilusionistas del Horizonte" o "Los Domadores de Realidad" —sugirió Hugo, muy entusiasmado. Leo propuso: —¿Qué tal "Los Cinco del Callejón Verde" Es simple. Misterioso. ¡Y suena a leyenda urbana! Todos estuvieron de acuerdo. Ese fue el nacimiento oficial de su grupo: Los Cinco del Callejón Verde. Hicieron una lista de tareas en la libreta de Darío: Conseguir trucos sencillos para aprender. Practicar hasta ser mejores que Youtube Inventar un gran truco para sorprender a alguien importante... No contarle a nadie… salvo que fuera necesario. Y, claro, creer en la magia. Esa era la regla más importante —Si no creemos nosotros —dijo Martina, con una solemnidad de película—, ¿quién lo hará? Así, entre bromas, planes mal trazados y mucha emoción, comenzaron los primeros pasos de su aventura.
Capítulo 3: Magia de la nada
Al principio, los trucos eran... bueno, un desastre absoluto. Darío intentó hacer desaparecer una moneda y terminó lanzándola por accidente contra la cabeza de Hugo. Sofía trató de barajar cartas como una profesional, pero el mazo voló en todas direcciones, como una tormenta de naipes. Leo compró una varita mágica de juguete, pero al agitarla rompió una maceta Martina, por su parte, era un poco mejor: logró que una carta "apareciera" en el bolsillo de un espectador (espectador que, casualmente, era Hugo, quien la había guardado ahí sin darse cuenta) Entre tropiezos y risas, algo extraordinario empezó a pasar: Cada error los hacía mejores. Cada caída era una oportunidad para entender que el verdadero truco era no rendirse Una tarde, mientras practicaban en el callejón, Darío lanzó una idea —¿Y si en lugar de comprar trucos, los inventamos? Los demás se miraron. ¿Inventar? ¿De verdad? —La verdadera magia no está en los objetos —añadió Sofía—. ¡Está en la historia que cuentas!. Y así, dejaron de copiar videos de Internet Empezaron a crear ilusiones propias, usando lo que tuvieran a mano: sogas, pañuelos, monedas, botellas vacías, hasta una vieja bicicleta... Poco a poco, descubrieron que, cuando realmente creían en lo que hacían, los demás también lo creían. La magia no era sólo un truco: era una emoción.

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Capítulo 4: El primer truco (y el primer desastre)
La oportunidad perfecta llegó un jueves, en la feria anual de San Viento. Entre puestos de empanadas, globos brillantes y juegos mecánicos que crujían como huesos viejos, Los Cinco del Callejón Verde decidieron hacer su primer truco oficial frente al público —¡Es ahora o nunca! —gritó Leo, colgándose una capa que claramente era una cortina vieja. El truco era sencillo: Hugo haría "levitar" a Darío mientras Sofía distraía al público con historias increíbles y Martina manejaba el humo falso (es decir, una olla humeante de agua caliente con hojas de eucalipto). Todo iba perfecto... hasta que el cajón donde Darío estaba escondido se desfondó en pleno truco, dejándolo a la vista de todos con las piernas temblando. El público, un pequeño grupo de curiosos y niños con algodón de azúcar, rompió en carcajadas. Algunos pensaron que era parte del show. Otros simplemente señalaron mientras Darío trataba de cubrirse con lo que quedaba de dignidad Sofía, rápida como un rayo, improvisó: —¡Y así, damas y caballeros, les mostramos el truco de la desaparición de la vergüenza!. Todos aplaudieron, creyendo que era una comedia planeada. Más tarde, en el callejón verde, los cinco se desplomaron en el suelo, agotados y riendo como locos —Creo que hemos aprendido algo muy importante —dijo Martina, entre carcajadas —¿Que los cajones viejos no son buena idea? —preguntó Hugo —Que a veces fallar es el mejor truco —dijo ella, sonriendo Esa noche, ninguno se fue a dormir sin pensar: Quizá, sólo quizá, estamos destinados a algo grande.
Capítulo 5: El maestro de las ilusiones
Un par de días después, en la misma biblioteca vieja que custodiaba el callejón verde, conocieron a alguien que cambiaría su destino. Se llamaba Don Lucio. Un hombre de bigote espeso, sombrero de fieltro y una voz que parecía saber secretos que los libros aún no contaban —He oído rumores de cinco jóvenes con hambre de magia —dijo, apareciendo como de la nada entre las estanterías polvorientas Los cinco se miraron, paralizados entre emoción y miedo. —¿Quién... quién es usted? —preguntó Leo, casi en un susurro. Don Lucio sonrió con complicidad —Un viejo amigo de los sueños imposibles. Y si realmente quieren aprender el arte de engañar a quien menos se imagina... deben entender algo primero Se acercó, bajó la voz —La verdadera magia no engaña al ojo. Engaña al corazón Y así empezó su entrenamiento. Nada de manuales baratos ni trucos comprados. Don Lucio enseñaba otra clase de ilusiones: Cómo hablar para capturar la atención de todos. Cómo mover las manos para guiar la mirada donde uno quiera Cómo sembrar una historia tan creíble que nadie pensara en dudarla —La magia es psicología. Es emoción. Es fe —Y ustedes —añadió—, ya tienen lo más importante: se creen capaces. Los entrenó en juegos de sombras, en prestidigitación, en el arte de crear pequeñas trampas para el cerebro Pero también les enseñó algo más profundo: La magia más poderosa es la que te recuerda que todo es posible.

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Capítulo 6: Engañar al escéptico
Cada historia necesita un antagonista. Y para Los Cinco del Callejón Verde, ese antagonista era Clara Gutiérrez. Clara era la típica sabelotodo de San Viento: la primera en la clase, la primera en descubrir los hilos detrás del teatro, la primera en explicar por qué Santa Claus no podía ex tir Si había alguien difícil de engañar, era ella. Así que, por supuesto, decidieron que Clara sería su primer gran desafío... El plan fue sencillo en papel, pero complicadísimo en la práctica: montar un truco tan sutil, tan lleno de pequeñas ilusiones, que ni Clara pudiera encontrar la trampa. Eligieron hacer un truco de predicción. Leo escribiría un número en un papel, lo guardaría en un sobre lacrado, y luego Clara elegiría libremente un número entre 1 y 100. El truco estaba basad en sugerencias psicológicas que Don Lucio les había enseñado. Sembrar números en la conversación, usar gestos sutiles para guiar la mente El día de la ejecución, invitaron a Clara al callejón verde —Esto va a ser divertido —dijo Clara, cruzándose de brazos. Leo sonrió con la seguridad de un mago profesional —Piensa en cualquier número entre 1 y 100. No lo digas aún. Clara cerró los ojos un segundo. Cuando los abrió, anunció: —¡Treinta y siete! Leo abrió el sobre lentamente, con todos conteniendo el aliento. Sacó el papel. En él, con letras enormes, estaba escrito: "37". Clara parpadeó. Una vez. Dos veces —¿Cómo...? —Magia —dijo Sofía, guiñando un ojo. Por primera vez en mucho tiempo, Clara no supo qué decir. Y para Los Cinco del Callejón Verde, eso fue el mejor premio.
Capítulo 7: Una apuesta peligrosa
El rumor del truco a Clara no tardó en expandirse por todo San Viento. De repente, Los Cinco del Callejón Verde eran pequeños héroes locales. Niños y adultos los miraban con admiración y un poquito de miedo, como si realmente fueran capaces de doblar las reglas de la realidad. Y claro, cuando la fama sube a la cabeza, las apuestas suben también. Una tarde, en la heladería "La Vaca Feliz", se les acercó Marcelo Ortíz, el dueño del parque de diversiones más grande del pueblo. —Escuché que son buenos —dijo, sonriendo de medio lado—. ¿Qué tal si lo demuestran en mi fiesta de aniversario? —¿Una presentación...? —preguntó Hugo, tragando saliva. —Exacto —confirmó Marcelo— Frente a todo el pueblo... Y si logran sorprenderme, los contrato para el verano.

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La propuesta era tentadora. Un escenario real. Público de verdad. Un salto enorme para cinco magos aficionados—¿Y si fallamos —preguntó Darío, siempre el más práctico. Marcelo rió —Si fallan, solo quedarán en ridículo. Nada que no se arregle con tiempo. Se miraron entre ellos. Nerviosos. Excitados. Temerarios —Aceptamos —dijeron, casi al unísono. Y así, sin pensar demasiado, apostaron todo a una sola noche de magia.
Capítulo 8: Creer es ver
La preparación para el show fue, en una palabra: caótica. Ensayaron día y noche en el callejón verde. Inventaron nuevos trucos, perfeccionaron los viejos, aprendieron a coordinar movimientos, palabras y efectos especiales caseros —Esto es como montar una orquesta invisible —bromeaba Sofía. Don Lucio, como siempre, los guiaba, pero también los retaba —El truco importa menos que lo que hagan sentir —les recordaba—. No basta con hacer aparecer un conejo. Tienen que hacer que el público crea que el conejo escapó de la lógica del mundo. La noche del show llegó rápido. Demasiado rápido. El escenario estaba montado frente a la rueda de la fortuna, iluminado con guirnaldas de colores y bajo un cielo estrellado como un mar de lentejuelas. Cuando subieron, los cinco sintieron el corazón latir en sus gargantas. El primer truco, sencillo: Sofía "adivinó" una carta pensada por una niña del público. El segundo, más complicado: Leo y Darío realizaron un acto de escapismo con esposas falsas. Pero el gran final era el verdadero desafío: hacer levitar a Hugo en el aire, sin cables, sin soportes visibles, sin trampa obvia. Era una ilusión construida con espejos, ángulos y pura confianza. Cuando Hugo empezó a elevarse lentamente, flotando sobre el escenario, el silencio fue absoluto. No había risas. No había susurros. Había asombro. En ese momento, Los Cinco entendieron algo profundo: No estaban engañando a nadie. Estaban invitándolos a creer. Y creer, por sí mismo, era un acto de magia.
Capítulo 9: El gran espectáculo

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El aplauso fue como una ola gigante que los arrastró a la orilla de algo nuevo. La gente gritaba, silbaba, aplaudía de pie. Incluso Marcelo Ortíz, el escéptico hombre de negocios, se limpiaba discretamente una lágrima del ojo. Esa noche, bajo un cielo cargado de promesas, Marcelo subió al escenario y estrechó las manos de cada uno —Contrato cerrado —anunció, mientras el público vitoreaba— ¡Ustedes son magia pura!. Los Cinco del Callejón Verde no podían creerlo. Se abrazaron, rieron, lloraron, hicieron piruetas ridículas de felicidad. Habían empezado como un grupo de amigos aburridos en una tarde cualquiera. Ahora eran artistas. Creadores de maravillas. Pero más allá del contrato, de la fama local, de las ovaciones, había algo más importante que sentían con fuerza: Habían demostrado que, cuando crees en ti mismo, los milagros dejan de ser imposibles. Y eso, lo sabían, no era un truco. Era la magia más real de todas.
Capítulo 10: El verdadero arte de engañar
Después de la gran noche, vinieron nuevas presentaciones, nuevas ilusiones, nuevos desafíos. Y con ellos, también nuevas dudas. —¿Y si la gente se cansa? —preguntó Darío una tarde, mientras dibujaba en la tierra con un palo —¿Y si descubren cómo hacemos los trucos? —añadió Sofía, mordiéndose una uña. Hugo, Martina y Leo se miraron entre sí. Don Lucio, sentado en su eterna silla de mimbre bajo la farola del callejón verde, los escuchaba en silencio. Luego habló: —El verdadero arte de engañar —dijo, despacio— no consiste en ocultar la trampa. Consiste en mostrar algo más hermoso que la verdad misma. Los cinco fruncieron el ceño, confundidos. —Si alguien te ve hacer un truco y solo piensa en cómo lo hiciste —continuó Don Lucio—, habrás fallado. Pero si alguien ve tu truco y siente que el mundo es un poquito más grande, un poquito más increíble... entonces habrás hecho magia de verdad. Entendieron que su misión no era burlar al público. Era regalarle un instante de asombro, de maravilla, de creer en lo imposible. Y eso, pensaron mientras el sol se escondía en un horizonte rojo y dorado, era el arte más valioso del mundo.
Capítulo 11: Cuando la magia es real

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Un día, algo extraordinario sucedió. Estaban en mitad de un show en el festival de verano cuando, en un truco simple de desaparición de pañuelos, algo inesperado pasó: El pañuelo no cayó al suelo como estaba planeado. No se quedó atrapado en el bolsillo falso. Simplemente... desapareció. De verdad. Sin trucos. Sin trampas. Leo parpadeó varias veces, confuso. Sofía soltó una risita nerviosa. Martina improvisó una reverencia. El público estalló en aplausos. Después, solos en el callejón verde, se miraron, asombrados. —¿Alguien...? —empezó Hugo —¿Hizo eso...? —siguió Darío. Silencio. Y entonces, Leo dijo algo que los dejó pensando: —Tal vez... cuando crees lo suficiente en la magia, la magia también empieza a creer en ti. No buscaron explicaciones. No las necesitaron. Simplemente aceptaron que, a veces, lo imposible deja de serlo... Y eso era suficiente.
Epílogo: Siempre hubo magia en nosotros
Pasaron los años. Los Cinco del Callejón Verde crecieron, siguieron caminos distintos: Algunos se dedicaron al arte, otros a la enseñanza, otros a la vida sencilla del pueblo. Pero cada vez que se reunían, aunque fuera en una vieja cafetería o en el mismo callejón ahora cubierto de nuevos grafitis, volvían a ser los mismos. Seguían recordando la tarde aburrida donde todo empezó. Seguían creyendo que, si uno mira bien, la magia está en todas partes: En una sonrisa inesperada, en un abrazo fuerte, en una palabra dicha en el momento justo. Y sabían, sin necesidad de trucos, que la vida misma era el mayor espectáculo de todos. El arte de engañar a quien menos te imaginas —se decían entre bromas— no es un engaño real. Es una invitación. Una invitación a mirar más allá de lo evidente. A creer en las maravillas escondidas en los rincones más comunes. A creer en uno mismo... Y en ese arte, ellos habían aprendido que siempre serían maestros. Siempre hubo magia en ellos. Sólo tuvieron que creer en ellos mismos.