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En un pequeño orfanato rodeado por montañas, vivía un niño llamado Luis, que desde que podía recordar, había aprendido a hacer frente a la tristeza con una sonrisa. Los otros niños en el orfanato eran como él: huérfanos, sin padres que los abrazaran ni casas que los esperaran. Sin embargo, Luis tenía una pequeña esperanza que lo mantenía en pie: la cocina.

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Un día, mientras exploraba el viejo desván del orfanato, Luis encontró un libro de cocina polvoriento, encuadernado en cuero y con páginas amarillentas. Curioso, lo abrió y comenzó a hojearlo. En medio de las recetas tradicionales de guisos y panes, algo llamó su atención: una receta llamada "La Sopa de la Felicidad".
La receta era muy simple, pero tenía algo mágico en sus palabras. Decía: "Para cada lágrima caída, una cucharada de alegría. Para cada corazón triste, una pizca de esperanza. Para cada alma perdida, un toque de cariño." Aunque no entendía completamente lo que significaba, Luis decidió intentarlo. Después de todo, no tenía nada que perder.
Reuniendo los pocos ingredientes que encontró en la despensa del orfanato, Luis cocinó la sopa con todo su cariño. Cuando finalmente estuvo lista, la sirvió en tazas para los demás niños. Uno a uno, cada niño tomó un sorbo de la sopa, y al instante, algo increíble sucedió: sus rostros, que siempre llevaban una expresión triste, comenzaron a iluminarse. Las sonrisas brotaron, y las risas, por primera vez en mucho tiempo, resonaron por todo el orfanato.
Luis se sorprendió. Nunca había visto a los demás niños tan felices. La sopa no solo los había llenado de calor, sino que también había tocado algo profundo en ellos. Al día siguiente, los niños estaban aún más alegres, y Luis decidió hacer la sopa nuevamente. Día tras día, cocinaba con esmero, y cada vez que alguien tomaba un sorbo, se sentía un poco más feliz.

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Pero con el tiempo, Luis comenzó a preguntarse: ¿Qué sucedería si el mundo entero conociera esta sopa? Pensó en los niños que vivían fuera del orfanato, los que sufrían en la calle, los que vivían en pobreza, los que sentían soledad. Si la sopa podía traer felicidad a sus amigos, ¿podría hacer lo mismo por ellos?
Luis comenzó a hablar sobre su receta con los adultos del orfanato, pero siempre recibía respuestas evasivas. Nadie parecía creerle realmente. Pronto, Luis comprendió que tenía que tomar una decisión: ¿debía seguir haciendo la sopa solo para los niños del orfanato, para mantener su pequeño secreto de felicidad, o debía compartirla con el mundo?
Una noche, mientras cocinaba en silencio, algo en su corazón cambió. Pensó en lo que había logrado hasta ese momento: el orfanato ya no era solo un lugar de tristeza y abandono. Había transformado su pequeño rincón del mundo con una receta sencilla, pero poderosa.
Al día siguiente, Luis decidió contarle a la directora del orfanato sobre la sopa. Le pidió permiso para compartir la receta con los adultos del pueblo, para que más personas pudieran probarla. La directora, impresionada por los cambios que había visto en los niños, decidió darle una oportunidad.

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Luis, con la ayuda de algunos niños y adultos del orfanato, comenzó a cocinar la sopa para los vecinos. Rápidamente, la noticia se extendió, y la gente del pueblo empezó a llegar a probarla. Todos experimentaban un leve pero poderoso cambio: más sonrisas, menos tristezas, corazones un poco más ligeros.
Al final, Luis descubrió que la verdadera magia no estaba solo en la sopa, sino en compartirla. La felicidad no se encontraba en guardar secretos, sino en compartir lo que uno tiene con los demás. A partir de ese momento, el orfanato se convirtió en un lugar lleno de risas, no solo porque la sopa seguía sirviéndose, sino porque Luis había aprendido que la verdadera receta para la felicidad era el amor y la generosidad.
Y así, en ese pequeño orfanato en las montañas, la sopa de la felicidad no solo cambió la vida de los niños, sino que también tocó los corazones de toda una comunidad.