El Silbido de la Bruma
Sinopsis
Una leyenda sobre un misterioso silbido en un bosque encantado, que guarda secretos olvidados y pone a prueba la valentía de aquellos que se atreven a buscar la verdad.
En una aldea perdida entre montañas, la gente vivía temerosa de adentrarse en el Bosque de la Bruma. Decían que al caer la noche, un silbido agudo y persistente atravesaba el aire, como un lamento que helaba la sangre. Según la leyenda, el sonido pertenecía al espíritu de un guardabosques que, siglos atrás, había traicionado a los duendes que habitaban ese lugar. Como castigo, lo condenaron a vagar sin descanso, emitiendo aquel silbido eterno.
Marina, una joven curiosa e intrépida, no creía en las supersticiones. Había escuchado el silbido desde su infancia, pero nunca había sentido miedo, sino fascinación. Una noche de luna llena, decidió descubrir el origen del misterioso sonido. Tomó una linterna, una daga que había heredado de su abuela y una cuerda de cáñamo, "por si acaso", pensó.
Al entrar al bosque, la bruma parecía viva, ondulando y cerrándose tras de ella como un telón. Los árboles, altos y nudosos, parecían susurrar entre sí. El silbido comenzó débil, un murmullo lejano, pero pronto se intensificó. Marina no retrocedió, aunque su corazón latía con fuerza. Caminó durante horas, siguiendo el sonido como si este marcara un camino invisible.
Finalmente, llegó a un claro iluminado por la pálida luz de la luna. En el centro, un estanque de agua cristalina reflejaba el cielo estrellado. Sobre una roca, un hombre de apariencia desaliñada tocaba una flauta hecha de madera negra. Sus ojos, hundidos pero brillantes, parecían atravesar a Marina.
—¿Eres el guardabosques? —preguntó ella, tratando de sonar firme.
El hombre dejó de tocar y la miró con una mezcla de tristeza y asombro.
—¿Por qué estás aquí, niña? Este no es lugar para los vivos.
—Quiero saber la verdad sobre el silbido —respondió Marina.
El hombre suspiró y se levantó. Al hacerlo, la bruma pareció retroceder, como si temiera su presencia.
—No soy un espíritu. Soy el último de los Vigilantes, los guardianes del equilibrio entre los humanos y las criaturas del bosque. Hace siglos, los duendes me confiaron esta flauta, un instrumento que mantiene a raya a una criatura conocida como el Devora Sombras. Pero los humanos, en su avaricia, olvidaron el pacto y destruyeron gran parte del bosque. Desde entonces, estoy atrapado aquí, tocando para contener a la bestia.
Marina escuchó en silencio, tratando de procesar lo que acababa de escuchar.
—¿Y por qué nadie ha intentado ayudarte?
—Porque no pueden. La flauta está maldita. Si dejo de tocar, la bestia despertará y devorará no solo el bosque, sino también la aldea. Pero... tal vez tú puedas hacer algo.
El hombre le entregó un pequeño colgante en forma de hoja.
—Esto te protegerá mientras busques el Árbol de la Vida. Solo su savia puede romper el hechizo de la flauta. Pero cuidado: el Devora Sombras hará todo lo posible por detenerte.
Sin dudar, Marina aceptó la misión. El colgante emitió un leve resplandor cuando lo tocó, llenándola de una extraña calidez. El guardián señaló un sendero que se adentraba aún más en el bosque.
Marina avanzó con cautela, sintiendo cómo la atmósfera se volvía más opresiva. A medida que se acercaba al Árbol de la Vida, el silbido se tornaba irregular, como si algo intentara interrumpirlo. De repente, la bruma se condensó frente a ella, tomando la forma de una criatura con ojos rojos como brasas y dientes afilados que relucían en la oscuridad.
El Devora Sombras rugió, y el suelo pareció temblar. Marina retrocedió, pero el colgante brilló con intensidad, creando una barrera de luz que detuvo a la criatura. Aprovechando la distracción, corrió hacia un gran árbol con hojas doradas que brillaban incluso en la penumbra.
Con la daga, hizo un corte en el tronco, y un líquido espeso y dorado comenzó a fluir. Llenó un pequeño frasco y corrió de regreso, el Devora Sombras pisándole los talones. Justo cuando la criatura estaba a punto de alcanzarla, el colgante emitió un destello final, cegando a la bestia y dándole tiempo suficiente para llegar al claro.
El guardián tomó la savia y la bebió. Su cuerpo comenzó a brillar, y la flauta se desintegró en sus manos. La bruma se disipó, y un amanecer cálido iluminó el bosque por primera vez en siglos.
—Gracias, Marina. Has roto la maldición y devuelto el equilibrio al bosque. Ahora puedo descansar en paz.
El hombre desapareció en una lluvia de luces, y el bosque recuperó su vitalidad. Desde entonces, el silbido nunca volvió a escucharse, pero la historia de Marina y el Vigilante se convirtió en una leyenda que la aldea contaría durante generaciones.