Las luces del auto cortaban la noche en dos franjas amarillas que brillaban sobre el asfalto agrietado. Marcos apretaba el volante, los nudillos blancos por la tensión. El GPS había muerto media hora atrás, y la señal del teléfono había desaparecido mucho antes. "Atajo", se había dicho, girando en aquella carretera rural que no recordaba haber visto antes en el mapa. Una carretera vieja, olvidada, pero… directa.
La aguja del velocímetro oscilaba suavemente sobre los ochenta kilómetros por hora, pero la sensación era de inmovilidad. Afuera, el campo oscuro se extendía hacia el infinito. Árboles nudosos, cercas oxidadas, y de vez en cuando alguna vieja casa de campo medio derruida se perdían entre las sombras.
Marcos fijó la vista en la carretera y frunció el ceño. Algo en el pavimento… No, fue un reflejo. Solo un brillo extraño bajo las luces. Pero unos metros más adelante, el patrón se repitió. Una línea quebrada que parecía no pertenecer al asfalto, como si alguien hubiese pintado algo. Algo que no estaba del todo claro, como un grafiti erosionado por el tiempo.
El motor rugió bajo el capó cuando aceleró. Aún no lo sabía, pero la sensación en el estómago comenzaba a formar un nudo incómodo. El paisaje no cambiaba, y la carretera seguía extendiéndose, idéntica a cada curva y a cada recta.
Un destello sobre el asfalto. Esta vez, más claro. Frenó bruscamente, las llantas chillando sobre la grava. Bajó la cabeza, mirando detenidamente. Allí, bajo los faros del auto, una palabra. Regresa.
La piel se le erizó. Retrocedió un paso, como si el mensaje lo hubiera empujado. ¿Quién pintaría algo así aquí, en medio de la nada? Negó con la cabeza, volvió al auto y siguió conduciendo, más rápido ahora, con el corazón latiéndole en las sienes.
El paisaje no cambiaba. Cada curva traía la misma hilera de árboles, las mismas cercas desvencijadas. Pasó junto a una casa, una ruina de madera oscura. La misma casa que había visto minutos antes. Eso no es posible.
El nudo en su estómago apretó más fuerte. Pisó el acelerador. El asfalto corría bajo las ruedas, pero los árboles… seguían siendo los mismos. Y luego otra palabra, escrita con una pintura desgastada: Regresa.
El terror se apoderó de sus manos, haciéndolas temblar sobre el volante. El auto vibraba bajo su velocidad, pero la carretera se alargaba, burlándose de su prisa. Cada palabra en el asfalto lo hería como una advertencia directa a sus entrañas.
Regresa antes de que sea tarde.
El mundo se descomponía lentamente. La carretera se estiraba como una serpiente interminable, y la sensación de repetición lo consumía. Otra vez la misma casa.
Los faros iluminaron algo a lo lejos. Algo… diferente. No era una casa esta vez. Era… él mismo, de pie en medio de la carretera, mirando fijamente el auto que se acercaba. Se vio a sí mismo, inmóvil, más pálido de lo que jamás se había visto en un espejo. El auto no redujo la velocidad. No podía. No podía detenerse.
Cuando el choque fue inminente, lo entendió. No había atajos. Nunca los había habido.