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En el corazón de una pequeña ciudad, un viejo anticuario mantenía un negocio que era conocido solo por unos pocos. En su tienda, los estantes estaban llenos de objetos extraños, pero había uno que destacaba: un espejo antiguo, enmarcado en un dorado ornamentado que parecía haber visto siglos de historia. Se decía que el espejo tenía un poder especial; revelaba la verdad de aquellos que se miraban en él.

Un día, un grupo de amigos decidió aventurarse en la tienda del anticuario. Juan, el más escéptico del grupo, se acercó al espejo y lo miró con desdén. “¿Qué hay de cierto en esto? Solo es un trozo de cristal”, dijo, mientras sus amigos lo instaban a intentarlo.

Clara, la más curiosa, lo empujó suavemente. “Vamos, ¿qué tienes que perder? Tal vez nos revele algo interesante”. Juan, a regañadientes, se acercó al espejo y se miró. Al principio, no sucedió nada, pero luego vio una sombra detrás de él. Se dio la vuelta, pero estaba solo. “Esto es una tontería”, murmuró, y se alejó.

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Siguió Clara, quien sintió una extraña atracción hacia el espejo. Se miró detenidamente y, de repente, una imagen comenzó a formarse: vio su vida profesional, su deseo de ser escritora, pero también la verdad dolorosa de que no había escrito una sola palabra en años. La imagen cambió, mostrándole a su madre, enferma y solitaria, y sintió una punzada de culpa por no haber estado a su lado. Con lágrimas en los ojos, se apartó del espejo, consciente de que había estado huyendo de su realidad.

A medida que el grupo continuó, cada uno enfrentó su propia verdad. Laura, siempre alegre, vio reflejadas sus inseguridades; la presión que sentía por ser siempre la mejor en todo la había llevado a una vida de constante agotamiento. “No puedo seguir así”, murmuró, sintiéndose más vulnerable que nunca.

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David, el bromista del grupo, se acercó con una sonrisa burlona, pero al mirar al espejo, vio cómo su vida era una serie de chistes y risas, pero también se dio cuenta de que nadie lo conocía realmente. La imagen del espejo le mostró a su hermano menor, quien siempre había querido que David lo apoyara, y cómo siempre se había reído de sus sueños. “¿He sido un mal hermano?”, se preguntó en voz baja, la risa desapareciendo de su rostro.

Finalmente, llegó el turno de Sofía, la más reservada del grupo. Al mirar al espejo, se vio a sí misma en un futuro solitario, rodeada de libros y recuerdos, sin amigos cercanos. La visión la asustó; no quería perder a sus amigos, pero había estado distanciándose de ellos, manteniendo sus emociones a raya. “Necesito hablar con ustedes”, dijo, con la voz entrecortada.

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El grupo se reunió, y cada uno compartió sus revelaciones. Lo que comenzó como una broma se transformó en una noche de confesiones. Hablaron de sus miedos, inseguridades y de cómo se habían alejado. Se dieron cuenta de que, a pesar de sus diferencias, siempre habían estado juntos, pero los secretos los habían mantenido separados.

Mientras el tiempo avanzaba, el espejo comenzó a brillar con una luz intensa. “No podemos dejar que estos secretos nos separen”, dijo Juan. “La verdad puede ser dolorosa, pero es la única manera de sanar”.

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El grupo decidió hacer un pacto. A partir de ese día, se comprometerían a ser sinceros entre sí, a compartir sus luchas y a apoyarse mutuamente. Al salir de la tienda, un sentimiento de alivio los envolvió. Ya no eran solo amigos; se habían convertido en un verdadero grupo de apoyo.

Pero al regresar a sus vidas cotidianas, la realidad se volvió a interponer. La presión de la vida, el trabajo y las responsabilidades comenzaron a acumularse. Sin embargo, cada vez que uno de ellos se sentía abrumado, recordaban la noche en la tienda del anticuario. Se llamaban, se reunían y compartían sus luchas, ayudándose a enfrentar la verdad en lugar de huir de ella.

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Un día, Clara, que había comenzado a escribir nuevamente, decidió compartir un cuento sobre el espejo y sus amigos. Lo tituló “Espejo”, y a través de sus palabras, pudo expresar sus sentimientos más profundos y conectar con otros que podrían estar lidiando con sus propias verdades.

Con el tiempo, el grupo creció, no solo en número, sino también en la profundidad de sus relaciones. Se convirtieron en la familia que nunca supieron que necesitaban. Y aunque el espejo del anticuario seguía en su lugar, aprendieron que la verdad no siempre necesitaba ser revelada a través de un objeto mágico; a veces, la verdad más poderosa se encontraba en las conversaciones y el apoyo incondicional.

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La vida siguió, llena de altibajos, pero la amistad que construyeron era más fuerte que cualquier secreto. Aprendieron a enfrentarse a sus verdades, a mirarse a sí mismos sin miedo y a encontrar consuelo en los brazos de aquellos que realmente los entendían. Al final, el espejo había cumplido su propósito, no solo revelando sus verdades, sino también forjando un vínculo que perduraría a través de los años.